Los invasores del espacio llevan tiempo entre nosotros. No son verdes y tampoco tienen antenas ni llegaron en platillos volantes. Adoptan formas familiares: el amigo que se arrellana a sus anchas junto a ti en el sofá, el vecino que te respira en la nuca en el ascensor, el espectador que apoya los pies en tu butaca en el cine, el pasajero que reserva un asiento para su mochila en el tren a la hora punta, el conductor que se arrima a tu coche más de lo que permite la distancia de seguridad, el profesor que te explica la lección inclinado a menos de un palmo de tu cara...
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